Aún no se actualiza el sitio web oficial
del Premio Pritzker, pero ya tenemos la confirmación del ganador de este año: La
oficina japonesa
SANAA dirigida
por Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa. la conocian?
Enseguida algunas de sus obras mas recientes
Serpentine Gallery 2009
Alucinante no?
Para saber mas de esta gran arquitecta, algo
desconocida, tenemos una entrevista a Kazuyo Sejima hecha en el 2008
por el diario el pais.
"Camino hacia la extrema sencillez"
ANATXU ZABALBEASCOA 16/11/2008
arquitectos estrella. Frente al espectáculo, la fama y el dinero, defiende la
discreción y el trabajo perfeccionista. Así, con su dedicación casi religiosa,
se ha convertido en un referente mundial.
Tiene cuerpo de niña y voz ronca. Fuma sin apenas descanso y no podría contar
los cafés que bebe al día. Asegura que hablar no es su fuerte, que le cuesta
encontrar las palabras exactas para expresarse. Pero sus edificios, sus
decisiones, sus costumbres, su actitud y hasta sus gestos retratan a una
profesional atípica, una persona con ambiciones singulares en el mare mágnum
de las estrellas arquitectónicas. No quiere construir por todo el mundo;
quiere poder pensar cada proyecto. De momento, Kazuyo Sejima (Ibaraki, Japón,
1956) sólo se ha preocupado por ser Kazuyo Sejima, una mujer de carácter
decidido, pero discreto. Esa actitud ha marcado un antes y un después en la
arquitectura. No es éste un campo en el que las mujeres suelan brillar en
solitario. Si nos fijamos en el autobús de las vedettes arquitectónicas
(de Norman Foster a Jean Nouvel), la única mujer que acompaña a Sejima en fama
universal es la iraquí Zaha Hadid, pero ella habla el mismo idioma de poder y
ubicuidad que sus colegas masculinos. Sejima es otra cosa. No necesita ni
levantar la voz ni llegar a tres cifras en su número de empleados. Ella sólo
sabe trabajar con tiempo. Y eso implica reducir sus horas de sueño, pero también
su número de clientes.
La entrevista se concierta en Barcelona. Lleva todo el
día visitando edificios de la ciudad de la mano del arquitecto Óscar Tusquets,
responsable del Premio Década, dedicado a premiar la vigencia y el mantenimiento
de los edificios y que cuenta como jurado a un único arquitecto de fama mundial.
Nunca había sido una mujer; este año, Sejima ha aceptado atravesar el mundo para
comprobar cómo funcionan algunos edificios singulares de Barcelona 10 años
después de inaugurarse. Al tour urbano han invitado a El País Semanal.
Por la mañana, en casa de Tusquets, Sejima admira una taza diseñada por el
anfitrión. Éste le dice que le enviará seis a Tokio. "No. Dos es suficiente. Mi
casa es pequeña", dice ella. "Una se puede romper", le indican. "Las cuidaré",
contesta.
Ha conseguido hacer historia; no sólo por su arquitectura, sino también
por su forma de relacionarse. Usted no emplea una actitud agresiva de dominio y
demostración de poder con la que tantos arquitectos famosos se han movido por el
mundo. ¿Ha elegido esa otra manera de ser cercana tanto en su arquitectura como
en su actitud? Todo va junto. Y todo es lo mismo. Soy así. Forma parte
de mi carácter. Pero yo no creo ser poderosa. Y también doy un grito de vez en
cuando. Con todo, no me gustan los juegos de poder. En mi trabajo, tratar de
entender al cliente y tratar de desarrollar mis ideas me deja sin tiempo para
nada más. Por eso no soy una arquitecta que pueda hacer muchos edificios. Cada
uno me cuesta mucho, me lleva mucho tiempo. Mi oficina no crecerá nunca más allá
de las 30 personas que somos ahora.
Pero usted tiene fama de trabajar de sol a sol. ¿Por qué está
convencida de que no le dará tiempo a hacer muchos edificios? Porque no
me interesa tanto hacer muchos como hacerlos con tiempo. Yo necesito tiempo para
decidir qué es lo realmente importante en cada edificio. Me cuesta hacerlos.
¿El dinero y la fama no son importantes para lograr hacer lo que
quiere? La fama, en absoluto. El dinero... es necesario. Y además me
gusta ir de compras. Pero no tengo ningún interés en tener un jet
privado, si a eso se refiere.
Vive en una casa en el centro de Tokio, ¿la diseñó usted? No.
Hubiera sido difícil y caro levantar una casa en Tokio, donde no hay apenas
suelo. Pero soy una persona que necesita flores y algún árbol cerca. Por eso he
buscado tener un jardín, aunque sea muy pequeño. Tengo cuatro árboles: un
limonero, un manzano, un arándano y un naranjo chino en apenas tres metros.
¿Por qué necesita el jardín? Cuidarlo me hace sentir bien.
Además, es muy interesante observar los árboles y las plantas. Las flores no
sólo son bonitas, cambian continuamente. Los insectos también son interesantes.
En un jardín, por pequeño que sea, siempre están pasando cosas.
¿Tiene tiempo de observar la naturaleza? Un jardín hay que
regarlo cada día. Y mientras lo riegas, lo miras.
¿Siempre le ha gustado la naturaleza? No siempre. Yo crecí en
el campo de Hitachi, en Ibaraki. Vivíamos rodeados de naturaleza, pero no me
dedicaba a observarla. En realidad, cuando mi madre me enviaba a coger
hortalizas o frutas, lo odiaba. Luego, viviendo en la ciudad, algo cambió.
¿Qué le hizo decidir que quería ser arquitecta? En Japón debes
decidir qué harás con el resto de tu vida cuando tienes 16 años. La arquitectura
no era popular donde yo vivía, una ciudad de provincias, alejada de la
información y del ritmo de Tokio. Mis padres no son arquitectos, mi padre es
ingeniero industrial y trabajaba para Hitachi, y mi madre era ama de casa.
Entonces, ¿de dónde le venía el interés? Cuando era pequeña,
debía de tener ocho años, mis padres decidieron hacerse una casa. Y compraron
revistas para buscar ideas. Por casualidad un día vi una que mostraba una
fotografía de la casa de Kiyonari Kikutake, un arquitecto metabolista, el
maestro del que luego sería mi maestro, Toyo Ito. Yo no tenía ni idea de que la
casa era famosa, pero me sorprendió y me fascinó. Tanto, que me involucré mucho
en la construcción de nuestra casa.
¿Con ocho años? Sí. Empecé a proponerles a mis padres que
hicieran la fachada así o asá, la distribución, los materiales. Hice
montones de dibujos.
¿Le hicieron caso? Para nada. Pero me quedé con el recuerdo.
Luego, dos años después, cuando vivíamos en un barrio de viviendas pareadas de
empleados de Hitachi, todas exactamente iguales, llegó un ingeniero americano. Y
cuando entré en su casa sentí otra gran sorpresa. Su manera de usar la misma
casa que teníamos nosotros era diferente. Por dentro era completamente distinta.
Habían cubierto todo el suelo de moqueta roja. Habían eliminado particiones; el
espacio era continuo. Con cuatro elementos habían transformado una casa y el
modo de habitarla. Las casas eran muy sencillas; todas completamente iguales.
Pero estaba claro que permitían una gran libertad individual.
¿Eso le hizo ser arquitecta? Eso lo viví y nada más. Pero
cuando con 15 años tuve que decidir qué estudiar, recordé los dos momentos y
pensé que quería hacer casas. Así es que me apunté a arquitectura. Nada más
empezar fui a la biblioteca y busqué la casa que tanto me había gustado de niña.
Y descubrí que era de Kikutake y que era un arquitecto muy famoso.
¿Lo llegó a conocer? No hice nada para conocerlo; pero un día
sucedió algo. Cuando hice la Casa de los Ciruelos me llamó. Me pidió verla. Se
la mostré y así lo conocí. Sus comentarios eran extraños. Decía que era una casa
transparente. Y no lo era. Pero por transparencia él quería decir que era una
casa comunicada, limpia.
¿Le contó que había sido su casa lo que la había empujado a hacer
viviendas? Tan claro no. Pero creo que, por lo que hablamos, se debió de
dar cuenta. Espero que se diera cuenta.
¿Fue ésa la razón por la que luego trabajó para Toyo Ito, el discípulo
de Kikutake? No. Antes de la generación de Ito, en Japón no había
encargos para casas unifamiliares. Podías aspirar a hacer la casa de tus padres
o de un primo, pero no la de un cliente desconocido. Con Ito eso se rompió. Y en
los setenta, los arquitectos comenzaron a hacer pequeñas viviendas de nueva
planta. Por eso cuando estaba en los últimos cursos de mis estudios supe que Ito
buscaba becarios y me postulé. Trabajé con él más de dos años.
Ha hecho muchas viviendas pequeñas. ¿Es lo que más le interesa?
La casa es la célula. Y me atrae mucho su evolución. Pero la gran escala
también me interesa. Lo que no haría sería dejar de proyectar viviendas para
diseñar sólo grandes edificios. Uno se mide cada vez que hace una vivienda.
Todas las viviendas que he hecho ilustran mi biografía arquitectónica, mi
evolución como arquitecta, los intereses de cada momento.
¿Y hacia dónde camina ese sendero? Hacia la extrema
sencillez.
Diseñando casas ha asumido riesgos. Esa evolución que dice que reflejan
sus casas habla también de un experimento continuo: con usted es difícil que un
cliente sepa el resultado. ¿Ha sido fácil su relación con los dueños de sus
casas? Al principio, su reacción ante mis propuestas no era fácil. Lo
nuevo cuesta asumirlo. Hoy en día es distinto. Quien me llama quiere una
vivienda capaz de responder de otra manera. Hoy no tengo problemas. Ha sido una
evolución gradual.
Usted se educó en la Universidad de las Mujeres. Antes de la II
Guerra Mundial, las mujeres sólo podían estudiar en un par de universidades
japonesas. Y la Universidad de las Mujeres era, entre éstas, la institución más
antigua. Pero yo no fui allí por una cuestión ideológica, sino por pragmatismo.
Fue la única, de las tres en las que solicité plaza, que me admitió. Pensé en
preparar de nuevo mis solicitudes y esperar un año, pero entonces habló mi
padre. Mi padre era un tipo que jamás hablaba. Hablaba poquísimo, pero esa vez
lo hizo. Dijo que no debía perder un año de mi vida, que estudiara allí. Y como
nunca hablaba, para una vez que lo hacía, le hice caso. Así fue.
Usted también es callada... No soy una habladora nata, porque
no soy buena expresándome. Pero me gusta tener amigos. Mi padre sí es
callado.
¿Y su madre? Ella es lo contrario.
¿Haberse educado en una universidad progresista fue importante en su
educación? Trabajábamos mucho la pequeña escala. Mientras que en las
otras escuelas del país se dedicaban a proyectos en escalas mayores.
¿Eso por qué? ¿Creían que las mujeres arquitectas iban a dedicarse a
construir sólo casas? No sé, tal vez (se ríe). Pero creo que tenía más
que ver con el profesorado. No había muchas mujeres que quisieran ser
arquitectas, y fueron formando el departamento poco a poco. De todos modos, soy
una persona muy lenta. Necesito tiempo. Si hubiera estudiado en otro lugar, con
mayor ambición, tal vez no hubiera conseguido acabar. Tal vez la escala, o el
hecho de que en el tercer curso ya nos pusieran a hacer grandes proyectos, me
hubiera superado. Necesito aprender despacio, y allí pude hacerlo.
¿No la tentaron otros estudios? ¿La moda, por ejemplo, que parece
interesarle? La moda siempre me ha interesado. Y mucho. Pero donde yo
crecí, lejos de las grandes ciudades, si era difícil estudiar arquitectura, más
difícil aún era estudiar moda. De todos modos, pensaba que sí podía diseñar
vestidos con facilidad, vestidos especiales, que me hicieran sentir especial,
pero la arquitectura era otra cosa. No tenía ni idea de cómo construir; por eso
pensé que debía estudiarla.
¿Le sigue interesando la moda? Sí. Puede que no tanto, pero me
gusta ir de compras. Fundamentalmente me gusta Comme des Garçons por una razón
práctica: sus diseños están pensados para el cuerpo japonés. Pero a veces compro
prendas que no podré ponerme nunca.
¿Para qué las compra? Para mirarlas. Las saco del armario y las
miro.
¿Como una escultura? Algo así.
[Hoy Sejima viste Comme des Garçons: un jersey estampado con labios muy rojos
sobre un fondo negro y falda larga].
¿Qué le hizo decidir el tipo de arquitectura evanescente
que hace? ¿Por qué fuerza los materiales hasta su máxima delgadez? Al principio, lo que más
me interesaba era la planta del edificio: la relación entre el interior y el
exterior y entre los espacios de la casa. Ahora me interesa la relación de un
edificio con su ubicación. Cada lugar tiene un peso. Y yo decido mis edificios a
partir del peso del lugar. Por eso trato de que mis edificios no se aíslen y a
la vez tengan vida interior.
Ha dicho que necesita estar cerca de la naturaleza. Pero muchos de sus
edificios se cierran al exterior y se vuelcan a una vida interior.
Cuando hago un museo, como el de Nueva York, lo habitual es controlar la
luz e incluso las vistas. Pero ahora estoy haciendo una galería completamente
transparente en la isla de Innoshima, en Hiroshima. La idea de mostrar una
escultura o una pintura como flotando en el paisaje me parece preciosa.
¿Cómo protegerá las pinturas? Estamos trabajando en eso. Por
eso necesito tanto tiempo para hacer las cosas [se ríe].
¿Cuántas horas trabaja? Normalmente empiezo a las diez, a menos
que esté muy cansada. Y acabo sobre las dos o las tres.
No es un horario excesivo. ¡Dos o tres de la madrugada! [Se
ríe]. Son 15 horas o algo así. Como y ceno en el trabajo.
¿Y sus 28 empleados? Ellos hacen turnos. Trabajamos en Estados
Unidos y en Europa y necesitamos poder hablar con ellos.
¿Cuántas horas duerme? Unas cinco.
¿Y cuántos cafés bebe? Todo el rato.
Cigarrillos, ¿cuántos? Muchos también.
¿Fuma en el estudio? Sí. No está prohibido en Japón.
Corre la leyenda de que la gente de su oficina duerme debajo de la
mesa. ¡Es verdad! [Se ríe]. Nos agotamos. Yo también me meto después de
cenar. Treinta minutos y como nueva.
¿Debajo de la mesa? Sí. Es como un cuartito. Tengo una
colchoneta y la despliego.
¿En su oficina se habla inglés? Sí, porque hay muchos
extranjeros y el japonés es muy difícil de aprender.
¿La arquitectura es lo más importante del mundo para usted?
Bueno... En el mundo hay muchas cosas interesantes. E importantes. Pero
uno ha de aceptar sus límites. Precisamente porque el tiempo en la vida es algo
muy limitado. Visto así, tal vez la arquitectura sea suficiente para mí. Me
gusta hacer otras cosas. De todo tipo. Ir de compras, aunque sea rápido [se
ríe]. Pero si me dedico a la arquitectura necesito tiempo para hacerla. Antes lo
tenía muy claro. Pero gradualmente, a medida que pasa el tiempo... A veces
dudo...
¿Qué le gustaría hacer? [Silencio de cerca de cinco minutos.
Parece que está pensando, pero al final la entrevistadora también duda. Mejor
preguntar de nuevo].
Hay arquitectos que trabajan mucho, tanto como usted, pero parecen más
preocupados por su negocio que por la arquitectura. Su caso parece lo contrario.
No trabaja tantísimas horas para construir mucho y por todo el mundo, sino para
hacerlo con perfección. ¿Por qué esa dedicación casi religiosa a la
arquitectura? No es perfecto. Lo que hago no es perfecto.
¿Necesita que sus edificios sean perfectos? Necesito hacerlo
bien. Dar todo lo que puedo. Y para eso ya le he contado que, como soy lenta,
necesito tiempo. Cualquier cambio -una nueva tipología, un proyecto mayor,
construir en otro continente- me exige adaptación. Y para eso necesito tiempo.
Nuestros proyectos han crecido y son más complejos. Para controlar cada detalle
necesito aún más tiempo.
¿Por qué cree que la arquitectura es una profesión tan complicada para
las mujeres? Hay muchos arquitectos famosos, pero pocas arquitectas.
Para hacer grandes obras tienes que crecer y manejar un estudio grande.
Una mujer puede hacer eso, pero los grandes proyectos suelen estar relacionados
con la política. Y ahí, una mujer, por lo menos en Japón, no lo tiene fácil.
Muchas mujeres arquitectas están casadas con arquitectos. Y el hombre
es el que termina llevándose el reconocimiento. ¿Fue ésa la razón por la que
usted y su pareja, Ryue Nishizawa, decidieron formar una sociedad común (Sanaa)
y dos independientes en las que hacer trabajo en solitario? Al principio
le pedí a Ryue que dejara de ser mi empleado y se convirtiera en mi socio porque
para mí era un reto trabajar con él. Es muy inteligente. Cuando me invitaron a
hacer un proyecto de gran escala le pedí que se asociara. Él contestó que sí,
que quería asociarse, pero también mantener su propia firma independiente. Y eso
hicimos. Los grandes proyectos los firmamos juntos y luego cada uno tiene los
suyos.
Cuando le pidió que se asociara, ¿fue una decisión profesional o
emocional? ¿Era ya su pareja? No, no lo era. La decisión fue
profesional. Me interesó su talento.
¿Qué le gustaba de él? Encontré en él ideas que me
sorprendieron. Yo trabajaba muy influida por lo que había aprendido en el
despacho de Toyo Ito. Y de repente me encontré con un arquitecto que pensaba de
otra manera. Él me hace dudar siempre y creo que eso es bueno.
¿Es también callado? Profesionalmente es muy agresivo, pero
cuando habla japonés. En inglés se muestra más callado.
¿Todavía hacen cosas separados? Sí. Sobre todo en Japón. Los
clientes vienen con la idea precisa de a quién quieren encargarle su casa o su
pabellón. Incluso tenemos un cliente, el de la galería transparente en la isla
de Innoshima, que nos ha encargado un proyecto a cada uno en dos islas vecinas.
Las viviendas privadas las hacemos separados. Son algo más personal.
¿Qué ha tenido que sacrificar para ser la arquitecta que es?
[No entiende la idea de sacrificio].
¿Se ha perdido algo para ser la arquitecta que es? No he
sentido que me estaba perdiendo nada. Pero el hecho es que no he podido tener un
hijo.
¿Por qué? Se me ha pasado el momento. Siempre tenía algo que
hacer, y al final la vida ha pasado. De pequeña siempre me imaginaba de abuela.
Porque las abuelas tienen una vida descansada, relajada.
Pero usted no ha elegido una vida relajada. No. Mi vida es más
acelerada que descansada. Y eso que soy una persona que necesita tiempo. Todo me
cuesta. No sé hacer un croquis en un minuto. Sólo funciono con tiempo. En el
primer despacho donde trabajé conocí la dureza del trabajo y la frustración,
pero estaba contenta de trabajar y de pensar. Luego, toda la vida he trabajado
con esa sensación.
Usted parece una mujer muy cerebral y a la vez muy mundana. Una vez
declaró que no leía libros, sólo revistas. ¿Es cierto? [Carcajada]. ¡Qué
peligro tiene lo que dices por ahí! Me gusta leer, pero no los asuntos sesudos
que leen los arquitectos.
¿No le interesa la teoría? No mucho. Pero no leer lo suficiente
es mi complejo. Mis padres leían mucho. Mi casa estaba forrada de libros. Y para
mí era agobiante. Reaccioné. Busqué otras cosas.
Dice que ha empezado a dudar si debería o no hacer algo
más. ¿Qué le gustaría probar? [Calla durante más de dos minutos]. A veces
pienso que hasta aquí he llegado. Pero luego me vuelven ganas de seguir haciendo
arquitectura. Pienso que no es suficiente lo que he hecho. Sé que debería
intentar, por lo menos, conocer otras cosas, porque dedicar toda tu vida a hacer
una sola cosa no es suficiente. Pero no me veo capaz de hacer mucho
más.